Cuando
llegamos a la pequeña ciudad que había tras el castillo, Nise me
condujo por una calle grande que parecía ser la principal. Todos los
edificios a nuestro alrededor eran de una sola planta, algunos más
altos que otros, pero del mismo color blanquecino.
Nos
detuvimos al llegar a uno de esos edificios. La puerta era demasiado
grande para alguien como él, pero tampoco me esperaba qué podía
encontrar en el interior.
—¿Por
qué la puerta es mucho más alta que tú? —pregunté— ¿Es esta
tu casa?
—Sí,
pero no todos en mi familia son tan pequeños como yo. De hecho,
podemos cambiar de tamaño a placer —Y dicho esto, cerró los ojos
y un halo de luz apareció a su alrededor. Perpleja, vi cómo su
cuerpo aumentaba de tamaño hasta llegar a medir lo mismo que yo.
Entonces, abrió los ojos y añadió—. ¿Sorprendida?
Su
voz cambió, pasando de ser chillona a grave. Me estremecí por
completo al escuchar esa nueva voz en él.
—Bastante.
¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué no apareciste con
esta forma en mi jardín?
—Cuando
viajamos entre mundos debemos hacerlo en nuestra forma primitiva,
pues de hacer lo contrario podríamos sufrir daños irreversibles
para nosotros. Además, es más fácil ocultarnos si estamos así y
no con esta forma. No somos humanos, ni siquiera parecidos a
vosotros, por eso no podemos correr el riesgo de que cualquiera en tu
mundo nos descubra.
Tenía
sentido.
—¿Y
los pajes de los reyes?
—No
suelen vivir en el castillo —respondió Nise—, a no ser que así
lo deseen. Cada uno tiene su propia casa en los terrenos cercanos al
castillo. Ninguno de ellos vive en el pueblo.
Suspiré
al pensar que tal vez perdiera la oportunidad de conocer a Nico.
Aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad, con solo verle me
sentiría más que satisfecha. «¿Y
si resulta ser como lo imaginaba?»
—¿Vienes,
Davina?
Sacudí
la cabeza y observé a Nise, con un tamaño menor en ese momento,
entrar por la puerta de la que pensaba que era su casa. Le seguí y
entré, sintiéndome un poco cohibida. Todo a mi alrededor era
sencillez, pero no pobreza. Las sillas de madera acompañaban a una
mesa del mismo material. Había cuadros por todas las paredes en los
que aparecían Nise y otros seres como él. Solo había tres ventanas
en toda la habitación, y una estantería repleta de libros y
pequeñas estatuillas. Tras unos segundos, o minutos –no lo sabía
con seguridad– en silencio, descubrí que todo a mi alrededor
permanecía de la misma forma. Me sorprendí al girarme y ver que
todos me observaban.
—Familia,
ella es Davina. Nos salvará de...
—Nise,
aún no tomé una decisión —repliqué, mirándolo a él
directamente.
—¿Nise?
—preguntó una voz femenina que parecía de niña pequeña.
Mi
mirada se clavó en ella antes de responder.
—Oh,
es cierto... Es como le llamé después de un pequeño percance que
tuvimos... Él me ha permitido llamarle así.
—¡Entonces
que así sea! ¿Te gusta ese nombre, hijo? —preguntó una voz que
parecía una anciana. Aunque no podía estar completamente segura con
todos esos cuerpos de tamaño parecido.
Todos
sonrieron y yo les devolví el gesto con amabilidad. Todos parecían
amables en aquella casa, aunque aún no sabía sus nombres. Y si eran
tan complicados como el de Nise, tal vez no tuviera tanta imaginación
como para inventarme otros siete.
—¿Me
presentas a tu familia? —pregunté directamente a Nise.
—¡Claro,
Davina! —Carraspeó un poco antes de empezar con las
presentaciones. Miró hacia su izquierda y supuse que empezaría por
el primero de todos, el que parecía más bajo— Aquel de allí es
mi primo Boggo, acompañado de mi hermana pequeña Fidra. La sigue mi
abuela Ri, mi madre Wind y mi tía Petra. Nosotros somos los que
quedamos del clan Gary.
Intenté
quedarme con los nombres y asociarlos a cada uno de sus rostros, pero
todos me parecieron iguales. Salvo Nise, al que tenía más que
memorizado. Su piel de ese ligero tono verdusco, su pelo oscuro y sus
ojos verdes. Observé por unos minutos a los demás y me percaté de
que, en realidad, todos se parecían a él. Eran familia ¿no?
—♦♦♦♦—
A
la mañana siguiente desperté en una habitación que me costó
reconocer. Me picaba todo el cuerpo por la manta de hojas, pero había
dormido bastante bien. Me incorporé sobre la cama y observé lo que
había a mi alrededor. Una estantería de dos pisos colgada de la
pared, un armario de madera y un arcón que, supuse, estaría lleno
de ropa. También había fotos distribuidas por toda la habitación.
Me levanté para acercarme a una en particular.
—Somos
mi padre y yo —explicó Nise a mi espalda—. Murió antes de que
naciera Fidra...
Su
voz quebrada partió mi alma en dos. Giré ciento ochenta grados para
mirarle y no me sorprendió ver que estaba a mi altura. Lo que sí me
sorprendió fue su forma de avanzar hacia mí. Clavó su mirada en la
mía y yo le devolví el gesto para percatarme de que había lágrimas
en sus ojos.
De
manera instintiva abrí los brazos y lo recibí en un abrazo mucho
más cariñoso de lo que imaginé.
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