Davina | Capítulo 4

28.11.15



Cuando llegamos a la pequeña ciudad que había tras el castillo, Nise me condujo por una calle grande que parecía ser la principal. Todos los edificios a nuestro alrededor eran de una sola planta, algunos más altos que otros, pero del mismo color blanquecino.

Nos detuvimos al llegar a uno de esos edificios. La puerta era demasiado grande para alguien como él, pero tampoco me esperaba qué podía encontrar en el interior.

¿Por qué la puerta es mucho más alta que tú? —pregunté— ¿Es esta tu casa?

Sí, pero no todos en mi familia son tan pequeños como yo. De hecho, podemos cambiar de tamaño a placer —Y dicho esto, cerró los ojos y un halo de luz apareció a su alrededor. Perpleja, vi cómo su cuerpo aumentaba de tamaño hasta llegar a medir lo mismo que yo. Entonces, abrió los ojos y añadió—. ¿Sorprendida?

Su voz cambió, pasando de ser chillona a grave. Me estremecí por completo al escuchar esa nueva voz en él.

Bastante. ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué no apareciste con esta forma en mi jardín?

Cuando viajamos entre mundos debemos hacerlo en nuestra forma primitiva, pues de hacer lo contrario podríamos sufrir daños irreversibles para nosotros. Además, es más fácil ocultarnos si estamos así y no con esta forma. No somos humanos, ni siquiera parecidos a vosotros, por eso no podemos correr el riesgo de que cualquiera en tu mundo nos descubra.

Tenía sentido.

¿Y los pajes de los reyes?

No suelen vivir en el castillo —respondió Nise—, a no ser que así lo deseen. Cada uno tiene su propia casa en los terrenos cercanos al castillo. Ninguno de ellos vive en el pueblo.

Suspiré al pensar que tal vez perdiera la oportunidad de conocer a Nico. Aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad, con solo verle me sentiría más que satisfecha. «¿Y si resulta ser como lo imaginaba?»

¿Vienes, Davina?

Sacudí la cabeza y observé a Nise, con un tamaño menor en ese momento, entrar por la puerta de la que pensaba que era su casa. Le seguí y entré, sintiéndome un poco cohibida. Todo a mi alrededor era sencillez, pero no pobreza. Las sillas de madera acompañaban a una mesa del mismo material. Había cuadros por todas las paredes en los que aparecían Nise y otros seres como él. Solo había tres ventanas en toda la habitación, y una estantería repleta de libros y pequeñas estatuillas. Tras unos segundos, o minutos –no lo sabía con seguridad– en silencio, descubrí que todo a mi alrededor permanecía de la misma forma. Me sorprendí al girarme y ver que todos me observaban.

Familia, ella es Davina. Nos salvará de...

Nise, aún no tomé una decisión —repliqué, mirándolo a él directamente.

¿Nise? —preguntó una voz femenina que parecía de niña pequeña.

Mi mirada se clavó en ella antes de responder.

Oh, es cierto... Es como le llamé después de un pequeño percance que tuvimos... Él me ha permitido llamarle así.

¡Entonces que así sea! ¿Te gusta ese nombre, hijo? —preguntó una voz que parecía una anciana. Aunque no podía estar completamente segura con todos esos cuerpos de tamaño parecido.

Todos sonrieron y yo les devolví el gesto con amabilidad. Todos parecían amables en aquella casa, aunque aún no sabía sus nombres. Y si eran tan complicados como el de Nise, tal vez no tuviera tanta imaginación como para inventarme otros siete.

¿Me presentas a tu familia? —pregunté directamente a Nise.

¡Claro, Davina! —Carraspeó un poco antes de empezar con las presentaciones. Miró hacia su izquierda y supuse que empezaría por el primero de todos, el que parecía más bajo— Aquel de allí es mi primo Boggo, acompañado de mi hermana pequeña Fidra. La sigue mi abuela Ri, mi madre Wind y mi tía Petra. Nosotros somos los que quedamos del clan Gary.

Intenté quedarme con los nombres y asociarlos a cada uno de sus rostros, pero todos me parecieron iguales. Salvo Nise, al que tenía más que memorizado. Su piel de ese ligero tono verdusco, su pelo oscuro y sus ojos verdes. Observé por unos minutos a los demás y me percaté de que, en realidad, todos se parecían a él. Eran familia ¿no?


—♦♦♦♦—


A la mañana siguiente desperté en una habitación que me costó reconocer. Me picaba todo el cuerpo por la manta de hojas, pero había dormido bastante bien. Me incorporé sobre la cama y observé lo que había a mi alrededor. Una estantería de dos pisos colgada de la pared, un armario de madera y un arcón que, supuse, estaría lleno de ropa. También había fotos distribuidas por toda la habitación. Me levanté para acercarme a una en particular.

Somos mi padre y yo —explicó Nise a mi espalda—. Murió antes de que naciera Fidra...

Su voz quebrada partió mi alma en dos. Giré ciento ochenta grados para mirarle y no me sorprendió ver que estaba a mi altura. Lo que sí me sorprendió fue su forma de avanzar hacia mí. Clavó su mirada en la mía y yo le devolví el gesto para percatarme de que había lágrimas en sus ojos.

De manera instintiva abrí los brazos y lo recibí en un abrazo mucho más cariñoso de lo que imaginé.

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